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Ruinas, huellas, sedimentos: la ciudad salvaje


 



"Ante todo, la ciudad es un ecosistema salvaje.
Un producto de la organización social del hombre a través de
su Historia y, a la vez, un espacio que evoluciona según las 
leyes de la naturaleza, muy dinámico."

Harold Rosenberg

Del inexorable paso del tiempo sólo nos quedan las huellas y los sedimentos, frutos de la erosión o la transformación de las cosas en otras nuevas. Mientras seguimos las líneas de nuestro rostro en el espejo, nos encontramos entre las irregularidades que va adquiriendo nuestra piel. Cabe pensar que es posible describir un paisaje por el aspecto íntimo, desapercibido y marginal de sus superficies. Nada nuevo, dada la abundancia de microvisiones con las que nos familiarizamos a diario. Pero si esas irregularidades pueden dislocar el espacio y convertirlo en la culminación o imposibilidad de un proceso, sobre el que nos invita a reflexionar, la perspectiva cambia. Obtenemos un rasgo diferente de la realidad. Seguirlo como si fuese un indicio o documento de algo pasado viene a sugerir una labor arqueológica y aun detectivesca, íntimamente ligada a la de un artista flâneur, arquetipo que encaja con la personalidad artística de muchos autores contemporáneos, como Francis Allÿs. 
El registro de una experiencia y el paisaje donde sucede suele convertirse en el centro de atención en la obra de cualquier artista. 
Por lo común, en ciudades industriales como Vigo, escenario de mis fotografías, las ruinas evolucionan sin que haya una excesiva atención hacia los restos que guardan. Ocupan espacios para su olvido, al ritmo de los ciclos naturales. Las piedras labradas son al polvo lo mismo que un papel mojado al fango verde de una fuente: un residuo social y cultural con el que es posible establecer una cierta identificación personal. Aquí surge un problema universal. Se trata del yo y el otro, en calidad de naturaleza interior, próxima, y la exterior, impropia. 



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